viernes, 4 de noviembre de 2011

Henry, Hank, Charles

Bueno, yo no soy de los que leen cuando van "de cuerpo", pero tengo la sensación de que Bukowski sería ideal para acompañar esos momentos.
Todo lo que escribe es algo vivido por él, y eso creo que es principalmente lo que me gusta. Lo mismo me pasa con Henry Miller, pero a diferencia de él, Bukowski es más llano en la escritura, más sencillo, y también más sórdido, más oscuro, y tiene menos reflexiones. Las reflexiones en Bukowski son de una línea, no más.
Escribió mucho, y todo del mismo tenor, así que cualquier novela que agarres creo que va a estar bien. Yo leí primero "La senda del perdedor", que narra su infancia, adolescencia, etc. Te recomendaría ese, si es que te da lo mismo.

Era un borracho empedernido que buscaba la manera de no laburar y emborracharse. Vivía borracho. Se despertaba borracho, o con resaca.
Nació en Alemania, pero a los 3 años ya estaba en EEUU, así que su vida es de allá. También escribió mucha poesía, que si tenés un cachito de intriga, te digo que es muy parecida a su prosa, muy transparente, directa y sencilla, y también cruda... Fácil de leer, sin vueltas.

Para que tengas una idea, así empieza "El cartero":

 Empezó por una equivocación. Estábamos en navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo hacía todos los años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me dedicaba a pasear a mis anchas. Vaya un trabajo, pensé. ¡Tirado! Sólo te daban una manzana o dos y si te las arreglabas para terminar, el cartero regular te asignaba otra manzana para repartir el correo, o también podías volver y el jefe te mandaba a otra parte, pero lo mejor que podías hacer era tomarte tu tiempo y meter relajadamente las tarjetas de Navidad en los buzones. Creo que fue en mi segundo día como auxiliar de Navidad cuando esta mujerona salió y se puso a andar a mi lado mientras yo repartía las cartas. Cuando digo mujerona me refiero a que tenía un culazo y unas tetazas y en general era grande en todos los lugares adecuados. Parecía estar un poco chiflada, pero me ponía a mirar su cuerpo y no me importaba demasiado. Hablaba y hablaba y hablaba. Entonces salió la cosa. Su marido trabajaba en una isla lejana y se sentía sola, ya sabes, y vivía en aquella casita de allá atrás, toda para ella. -¿Qué casita? -pregunté. Ella escribió la dirección en un pedazo de papel. -Yo también estoy solo -dije-, me pasaré esta noche y charlaremos. Yo estaba liado con una tipa, pero ella a veces desaparecía durante unos días y yo realmente me sentía solo. Solo y deseoso de aquel culo que tenia a mi lado. -De acuerdo -dijo ella-, te veré esta noche. Estuvo bien, tenia un buen polvo, pero como todos los buenos polvos, al cabo de la tercera o cuarta noche empecé a perder interés y no volví. Pero no podía dejar de pensar: «Caramba, todo lo que hacen estos carteros es dejar unas cuantas cartas en el buzón y echar polvos. Este es un trabajo para mí, oh sí sí sí.» 

Para que te des una idea, así empieza La senda del perdedor:

 La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo. Era una mesa, veía la pata de una mesa, veía las piernas de la gente, y una parte del mantel colgando. Estaba oscuro allí debajo, me gustaba estar ahí. Debió haber sido en Alemania, yo debía tener entre uno y dos años de edad. Era en 1922. Me sentía bien bajo la mesa. Nadie parecía darse cuenta de que yo estaba allí. La luz del sol se reflejaba en la alfombra y en las piernas de la gente. Me gustaba la luz del sol. Las piernas de la gente no eran interesantes, no eran como el trozo de mantel que colgaba, ni como la pata de la mesa, ni como la luz del sol. Luego no hay nada... luego un árbol de Navidad. Velas. Adornos de aves: aves con pequeños racimos de frutas en sus picos. Una estrella. Dos personas mayores peleándose, gritando. Gente comiendo, siempre gente comiendo. Yo también. Mi cuchara estaba doblada de tal forma que si quería comer, tenía que cogerla con mi mano derecha. Si la cogía con la izquierda, se apartaba de mi boca. Yo quería cogerla con la izquierda. Dos personas: una más grande, con pelo rizado, una narizota, una boca enorme, mucha ceja; siempre parecía estar furiosa, gritando cada dos por tres. La persona más pequeña era tranquila, de cara redonda, más pálida, con grandes ojos. Yo las temía a las dos. Algunas veces había una tercera, una persona gorda que llevaba vestidos con un lazo en el cuello. Llevaba un gran broche, y tenía muchas verrugas en la cara con pequeños pelos saliendo de ellas. «Emily», la llamaban. Esta gente no parecía feliz de estar junta. Emily era la abuela, la madre de mi padre. El nombre de mi padre era «Henry». El de mi madre, «Katherine». Yo nunca los llamaba por su nombre. Yo era «Henry Junior». Esta gente hablaba en alemán la mayor parte del tiempo, y al principio yo también. La primera cosa que recuerdo haberle oído decir a mi abuela fue: «¡Os enterraré a todos!» Lo dijo por primera vez un día antes de la comida y luego lo repetiría muchas veces, siempre antes de que empezáramos a comer. La comida parecía algo muy importante. Comíamos carne en salsa con puré de patata, especialmente los domingos. También comíamos rosbif, salchichas con chucrut, guisantes, ruibarbo, zanahorias, espinacas, judías verdes, pollo, albóndigas con spaguetti, algunas veces también con ravioli, y cebollas cocidas, espárragos, y todos los domingos pastel de fresas con helado de vainilla. Para desayunar tomábamos tostadas con salchichas, o tortitas con bacon y huevos revueltos. Y siempre café. Pero lo que recuerdo sobre todo es la carne en salsa con puré de patata y mi abuela Emily diciendo: «¡Os enterraré a todos!» 

Para que tengas una idea, un poema:

 A la puta que se llevó mis poemas  Algunos dicen que debemos eliminar del poema los remordimientos personales, permanecer abstractos, hay cierta razón en esto, pero ¡POR DIOS! ¡Doce poemas perdidos y no tengo copias! ¡Y también te llevaste mis cuadros, los mejores! ¡Es intolerable! ¿Tratas de joderme como a los demás? ¿Por qué no te llevaste mejor mi dinero? Usualmente lo sacan de los dormitorios y de los pantalones borrachos y enfermos en el rincón. La próxima vez llévate mi brazo izquierdo o un billete de 50, pero no mis poemas. No soy Shakespeare pero puede ser que algún día ya no escriba más, abstractos o de los otros. Siempre habrá dinero y putas y borrachos hasta que caiga la última bomba, pero como dijo Dios, cruzándose de piernas: veo que he creado muchos poetas pero no mucha poesía. 

Si ves que funciona, contáme.
Abrazo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario